¿Amenaza u oportunidad?
Nunca he sido fan de Gran Hermano, ni en su versión televisiva ni en su versión orwelliana. Al contrario, la idea de una sociedad vigilada por un estado omnipresente y ubicuo me aterra. Y, sin embargo, la realidad post COVID-19 nos sitúa en un escenario que, por necesidades del guion, va a exigir un mayor control de los ciudadanos y de la manera como estos utilizan el espacio público compartido.
Ya en este sentido, en un artículo publicado por Gloria Mohedano hace un par de semanas, se apuntaba como «el necesario control poblacional vinculado a la monitorización del cumplimiento de los parámetros definidos por las administraciones públicas, en la lucha contra la propagación del COVID-19, supone la aparición de una nueva necesidad que no existía en la realidad anterior a la crisis.
Dejando aparte las implicaciones éticas y morales que este hecho conlleva, podemos afirmar que se abre una ventana de oportunidad para aquellas empresas capaces de utilizar las tecnologías existentes para ayudar a empresas y administraciones a satisfacer esa necesidad de ejercer un mayor control sobre el uso de los espacios públicos y compartidos.
Ahora bien, ¿en qué consiste realmente esa necesidad de la que estamos hablamos?
Pensemos, por ejemplo, en el control de acceso a las playas, tal como recoge esta noticia sobre la Xunta de Galicia. En ella se habla sobre la necesidad de desarrollar una herramienta digital, que permita regular tanto el acceso a las playas como el aforo de las mismas. Se trata de un sistema de cita previa que se ha estado utilizando en el pasado, en ciertos puntos con una gran presión turística, como la Playa das Catedrals.
Dejando aparte la problemática derivada por el control de accesos (que abordaremos en otro artículo), lo que la Xunta de Galicia no ha explicado, es como tiene previsto regular el uso que las personas hagan del espacio público una vez hayan accedido al mismo. ¿De verdad nos estamos planteando destinar nuestras fuerzas de orden público a un cometido de tal envergadura?
Cabe destacar que, más allá del espacio público, esta necesidad de control se hará extensible a cualquier espacio de uso compartido, aunque sea de titularidad privada. Pensemos en cines, restaurantes, supermercados, grandes almacenes, superficies comerciales, polideportivos, centros recreativos, estadios de fútbol, salas de conciertos, museos, colegios, bibliotecas, aeropuertos… la lista puede ser enorme.
Ahora bien, llegados a este punto deberíamos apuntar que el problema, en realidad, no es nuevo. La novedad viene dada por su magnitud. Recordemos que la necesidad de controlar el uso que las personas hacen del espacio compartido es anterior a la crisis provocada por el COVID-19. Pensemos, por ejemplo, en lo que ocurre en nuestras grandes ciudades, donde los responsables de gestionar la movilidad urbana han venido alertándonos de cómo los principales hubs del transporte urbano están soportando una afluencia de pasajeros mucho mayor de la que estaba prevista cuando fueron diseñados, hace ya, en algunos casos, varias décadas.
Esto genera grandes problemas en términos de seguridad: gente que accede al servicio sin billete, robos, hurtos… amenazas terroristas. En este contexto, la respuesta tradicional que confía solucionar el problema mediante el uso de cámaras de seguridad monitorizadas por operadores humanos (obligados, en la mayoría de los casos, a revisar varios monitores a la vez) resulta, cuanto menos, ineficaz. Y lo que es peor: la solución tradicional resulta más y más ineficaz cuanto mayor es la magnitud del problema.
Y la magnitud del problema, ahora, con la crisis provocada por el COVID-19, es enorme.

Es en este contexto en el que el uso de tecnologías relacionadas con la Inteligencia Artificial, y más concretamente con la Visión Artificial, puede resultar de vital importancia a la hora de plantear soluciones que realmente resuelvan el problema. Recordemos que la Visión Artificial es ese campo de la Inteligencia Artificial que pretende que un ordenador pueda entender una escena, o las características de una imagen, con el objeto de facilitar el proceso de toma de decisiones en función de ese nuevo conocimiento adquirido. Para ello se requieren equipos informáticos potentes, sistemas con cámaras IP configurables, programas avanzados de Inteligencia Artificial con funciones de análisis del comportamiento y vallados virtuales y sistemas de gestión de vídeo amigables para el usuario.
Todo ello puede resultar especialmente relevante en la gestión de aquellos espacios en los que se imponga a los usuarios restricciones en términos de acceso, uso o distancia mínima de seguridad entre personas, por citar tan solo unos ejemplos.
Ese es el reto y, aunque a día de hoy, se nos hace aún difícil cuantificar el tamaño del problema (y el potencial negocio que puede llegar a generar) una cosa parece obvia: se presenta una oportunidad nada desdeñable para aquellas empresas capaces de aportar soluciones eficientes mediante el uso, por ejemplo, de sistemas de visión artificial.