Todos los que tenemos algún tipo de vínculo con el mercado industrial y con la comercialización de productos vinculados al mercado de los microchips, somos plenamente conscientes del enorme problema que a día de hoy estamos sufriendo en relación con el suministro de este tipo de componentes.

El tema es muy serio. De ahí que todos nos preguntemos hasta cuándo va a durar esta situación y cuál puede ser la evolución de los acontecimientos durante los próximos meses. Pero no nos engañemos: la situación es enormemente compleja y no existen respuestas fáciles para un problema que no se va a solucionar de manera inmediata.

Un buen barómetro de la situación lo tenemos en la evolución de los plazos de entrega de chips por parte de los principales fabricantes a nivel mundial. En este sentido, por ejemplo, el mayor fabricante de circuitos integrados, Broadcom, ha visto como el plazo de entrega de sus productos ha pasado de las 12 semanas, en febrero de 2020, a 22 semanas en 2021. El hecho de que la situación con otros fabricantes, como Nvidia o Qualcomm, no sea mucho mejor, es el fiel reflejo de las tremendas dificultades por las que está atravesando el sector y que de manera tan severa está afectando, por extensión, a toda una industria cada vez más dependiente de este tipo de componentes.

Los motivos que nos han llevado a esta coyuntura son diversos. Por un lado, se han producido grandes cambios en los patrones de la demanda de circuitos integrados. Pensemos, por ejemplo, en cómo la pandemia afectó a una industria tan importante como la automovilística. La irrupción del Covid-19 hizo que las previsiones de ventas de automóviles se desplomaran, lo que llevó a una masiva e inminente cancelación de pedidos por parte de los fabricantes. Pero este desplome en la demanda de la industria automovilística se vio compensado, y superado, por el incremento en la demanda del mercado de consumo. Una demanda vinculada al gaming y a todo tipo de dispositivos conectados para uso doméstico en época de confinamiento. Así, en un primer momento, actores como Microsoft, Apple o Sony cubrieron el hueco dejado por los Volkswagen, Toyota y compañía.

El problema aconteció cuando, a partir del tercer trimestre de 2020, las perspectivas sobre la salida de la crisis sanitaria mejoraron gracias, entre otras cosas, al anuncio de los planes de vacunación masivos. En ese momento, las perspectivas del sector automovilístico mejoraron, introduciéndose de nuevo en el sistema las ordenes de compra anteriormente canceladas. Como consecuencia de todo ello, al incremento de la demanda proveniente del mercado de consumo se sumó la recuperación de la demanda del mercado industrial.

El resultado lo estamos sufriendo justo ahora: tenemos una industria, la de los circuitos integrados, cuya capacidad productiva está siendo superada, con mucho, por una demanda volátil y muchas veces impredecible, que además está experimentando un crecimiento combinado, tanto en el mercado industrial como en el mercado de consumo.

Ahora bien, el problema de fondo no es el incremento de una demanda que, por otro lado, muchas voces ya venían anunciando desde hace varios años. La situación no sería tan grave si no tratásemos con una industria, la del microchip, tremendamente compleja y rígida que, además, está concentrada en manos de tan solo unos pocos actores.

Recordemos que un circuito integrado, también conocido como circuito microelectrónico, microchip o chip, es el resultado del ensamblaje de diferentes componentes electrónicos e integra diversos dispositivos miniaturizados, tanto activos como pasivos.

Al principio de este artículo comentábamos la situación de fabricantes de semiconductores como Broadcom, Qualcomm o Nvidia. Pero para entender la problemática debemos pensar que estos fabricantes encajan dentro de la categoría de los Fabless: fabricantes especializados en el diseño de semiconductores, pero sin capacidad de fabricación propia (o fundición) de las obleas de silicio necesarias para la fabricación de chips. Esta parte del proceso lo externalizan y lo subcontratan a grandes fundiciones como la taiwanesa TSMC que es, de largo, el mayor player del mercado con un market share del 55%. Este dato, en sí mismo, no sería tan revelador si no tuviéramos en cuenta que TSMC es la única fundición a nivel mundial, junto con la coreana Samsung, capaz de fabricar chips de 5 nm (los más avanzados del mercado en estos momentos).

Los fabricantes como TSMC utilizan Equipamiento para la Fabricación de Semiconductores (SME, Semiconductor Manufacturing Equipment) y productos químicos para transferir el diseño de sus cliente a las obleas de silicio. Este proceso ha ido ganando en complejidad a lo largo de los años y, actualmente, se estima que la inversión necesaria para implantar una fundición ronda los 15.000 millones de dólares. Esto explica por qué solo existen dos compañías en el mundo capaces de fabricar chips de menos de 10 nm, las ya mencionadas TMSC y Samsung.

Los elevados costes de inversión necesarios para implantar una nueva función residen, en parte, en los SMEs: un mercado dominado por empresas americanas (Applied Materials, Lam Research, KLA) y japonesas (Tokyo Electron, Advantest, Hitachi High-Tech). La única empresa europea implicada en todo este proceso, a este nivel, es la alemana ASML que posee, eso sí, el monopolio en la fabricación y comercialización de un componte crítico para la producción de chips, los EUVs (Extreme Ultraviolet Photolithography Equipment).

Debido a que el mercado de los SMEs está relativamente concentrado en empresas de origen norteamericano, podemos empezar a entender las implicaciones geopolíticas de la actual problemática. Empresas como TSMC, Samsung o, incluso, la china SMIC, tienen prohibido vender chips a Huawei al utilizar equipamiento con tecnología norteamericana. Un veto que se extiende a la alemana ASML y que ha obligado al gigante asiático a hacer acopio de componentes de manera masiva para gestionar debidamente dificultades presentes y futuras.

En resumen, la cadena de suministro de microchips está altamente concentrada en un grupo muy concreto de actores y tecnologías, aunque ninguna compañía, ni ningún país, puede considerarse autosuficiente. Esto nos da un cadena de suministro altamente eficiente, pero tremendamente rígida, incapaz de responder de manera adecuada a cambios abruptos en los patrones de demanda, como los comentados al principio del artículo, o a medidas proteccionistas como las impulsadas por la Administración Trump en su momento.

En este contexto, ¿podemos tratar de adivinar para cuando empezaremos a ver la luz al final del túnel?

En el medio y largo plazo, resulta evidente que las administraciones europea y americana deben reaccionar para tratar de reducir la excesiva dependencia que occidente tiene de los fabricantes asiáticos. Son diversas las voces que en Estados Unidos ya están presionando a la Administración Biden para que se mueva en este sentido.

Por su parte, en Europa ya existen movimientos por parte de la Comisión Europea para tratar de recuperar una cuota de mercado que, en la industria del microchip, era del 44% en los noventa y que actualmente difícilmente llega al 10%. En este sentido, se habla de planes con Intel y TSCM para tratar que Europa disponga de instalaciones para la fabricación de chips de 2 nm para 2030.

Pero este tipo de iniciativas no van a solucionar el problema a corto plazo.

Dadas las tremendas dificultades que existen para incrementar la capacidad de producción de la industria de los semiconductores en el corto plazo, la única salida para los próximos meses pasa por un reequilibrio en la demanda que, sin volver a los valores previos a la crisis, se acerque a ellos. Esto debería reducir las tensiones a nivel de plazos de entrega en el medio plazo pero, en la medida en que la demanda va a continuar siendo superior a la oferta, es previsible que los precios sigan tensionados durante todo 2021.

Al menos, así lo apuntan la gran mayoría de los fabricantes con los que trabajamos.

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